¿Cuando empezó el proceso de cuperización de Convergencia?
Pues no lo sé. La primera vez que la CUP entró en el Parlament -en el 2012 con 126.000 votos y tres diputados- levantaron la natural expectación.
Recuerdo incluso a Josep Antoni Duran i Lleida, tras el pleno de constitución de la cámara, buscando a David Fernández en los pasillos de la cámara al grito de “deixe’m saludar aquest xicot”.
Era lógico: eran jóvenes, eran de izquierdas y eran antisistema. Parecían una bocanada de aire fresco en la clase política.
Pero la cosa empezó a torcerse poco a poco.
Desde luego el momento cumbre fue el abrazo del oso entre Artur Mas y el citado David Fernández tras el 9-N.
Es cierto que luego se posicionó a favor de la continuidad de Mas en un artículo en el Ara (“Sortir-nos-en”, el 2 de diciembre del 2015).
Pero como saben la CUP acabó mandando el líder de CDC a la “papelera de la historia”.
Benet Salellas emulando a Trostki, que les dijo a los mencheviques lo mismo antes de asaltar el Palacio de Invierno
Se creían revolucionarios cuando, en el fondo, eran hijos de papá. Niños bien.
No en vano, en Sant Cugat -el segundo municipio catalán en PIB tras Matedepera- llegaron a quedar segundos en las municipales del 2015.
Pero lo peor fue ver como Convergencia fue renunciando a sus más elementales principios ideológicos.
Tuve los primeros indicios cuando votaron a favor de una ILP (Iniciativa leislativa populalr ) a favor de regularizar los clubs de cannabis.
¡Los mismos que meses antes enviaban los Mossos a cerrarlos!
Hubo otros señales de advertencia. Como el día en que Jordi Turull, en un acto en la Pompeu, aplaudió a los oradores de la CUP después de las elecciones del 2017. Romeva, más comedido, al menos evitó el peloteo.
Ni que decir que no le devolvieron el favor. Cuando se presentó de candiato a presidente, la CUP se abstuvo. Al día siguiente entraba en prisión preventiva.
Las fotos que cada grup parlamentario se hacían al inicio de cada legislatura mostraba también esta evolución. Poco a poco iban desapareciendo las corbatas.
Por momentos temí que algún parlamentario convergente apareciera con una camiseta estilo Anna Gabriel. O incluso con chanclas.
Los de Convergencia -o como demonios se llamen ahora porque son los mismos- parecían aquellos señores maduros que se van con una jovencita e intentan emular su comportamiento.
Al final han acabado legislando a favor de los okupas -como el decreto de vivienda- o prohibiendo los aumentos de alquileres por ley. No se había atrevido ni Iniciativa durante el tripartito.
En fin, yo creo que ser antisistema es muy triste.
Ya me cuesta de entender aquellos que son de un equipo y se declaran anti equipo contrario.
Pero ser anti de entrada me resulta todavía más incomprensible.
Aunque, claro, no podían llamarse comunistas tras la caída del Muro de Berlín. El comunismo -en todas sus variantes- había quedado desprestigiado del todo.
Con el tiempo fueron integrándose en el sistema. Cuando pruebas la nómina oficial, la alfombra roja del Parlament, las asesorías ya no hay marcha atrás.
La confirmación es que hasta se han apuntado ante el descenso de ingresos públicos -pasaron de diez a cuatro diputados en las elecciones del 2017- al Congreso de los Diptuados
¿A qué van a la capital del reino? ¿A comer cocido? Noooo. ¡A cobrar!
En la lista hasta metieron a Albert Botran, que al frente de Poble Lliure había intentado regresar al Parlament con Albano Dante en la candidatura Front Republicà.
En fin. Van dando lecciones también.
De defensores de las clases populares primero. Aunque ni en sus listas ni en su militancia ha detectado no a un obrero del metal sino siquiera a un simple obrero.
Y de partidarios de los Països Catalans aunque sus feudos se concentran sólo en algunas comarcas interiores de Catalunya. En algunos casos hasta antiguas comarcas carlistas como el Bergadà.
Creo que tenían una agrupación en el País Valenciano -perdón: Comunidad Valenciana- y tuvieron que cerrarla por falta de quòrum.
Por lo que hace a feminismo y otras causas mejor que pregunten a Mireya Boya, que dejó el partido después de denunciar un presunto acosador sin que le hicieron mucho caso en la dirección. Todo un ejemplo.
Aunque, lo mejor fueron las lecciones de coraje. Sobre todo a cargo de Anna Gabriel. ¡Aquellos puños al aire en el propio Parlament!
Total, para salir huyendo a pesar de que le acusaban sólo de un delito de desobediencia. Como a los de la Mesa del Parlament. Ni siquiera implica penas de cárcel.
Y se exilió no en Venezuela sino en Suiza, ¡la meca del capitalismo mundial!
Lo primero que hizo tras llegar fue afeitarse el flequillo para parecer más modsita. De revolucionaria a pija.
Me recordaba un poco a Marta Rovira, otra que también eligió idéntico destino tras haber proclamado en las afueras del Supremo aquello de “hasta el final, hasta el final”.
Uno de los problemas del procés es que la CUP se erigió -y la dejaron hacerlo- en la conciencia crítica. La otra son los periodistas de TV3.
Así nos ha ido entre unos y otros.