Como periodista soy muy afortunado: estoy presenciando en vivo y en directo la descomposición de la sociedad catalana.
Una sociedad antaño caracterizada por el seny y la cultura del esfuerzo. “Els catalans, de les pedres en fan pans”, decía el refán. "Los catalanes, de las piedras hacen panes".
Es como si hubiera podido observar in situ, por supuesto salvando todas las distancias, la decadencia del Imperio Romano. ¡Lo que habría dado Edward Gibbon por presenciar el espectáculo!
Aunque como ciudadano sufro por dentro.
¿Pero cómo no quieren que haya violencia en la Plaza España con los botellones de la Mercè si toleraron en su día la violencia de la Plaza Urquinaona?
¿Qué diferencia hay entre una y otra? Ninguna. La violencia es violencia. Sea del color que sea.
Lo que pasa es que la de Urquinaona era indepe. Era la buena. Eran los nuestros.
En la manifestación de la ANC el pasado viernescerca del consulado italiano, todavía vi a una señora -de edad madura a tenor el color del pelo- con un cartelito recordando tan memorable gesta.
Mientras que la exconsejera Clara Ponsatí -nada menos que ex titular de Educación- los acogió con estas palabras en el mitin de Perpiñán: “orgullosos de los jóvenes que ganaron la batalla de Urquinaona. Yo estaba. Lo presencié con mis propios ojos. La gente aplaudiendo a rabiar.
Incluso dio la bienvenida también a los de la Meridiana. Tampoco es normal cortar una calle durante más de quinientos días y recibir el apoyo de la presidenta del Parlament, Laura Borràs, o de Jordi Turull, exconsejero de Presidencia.
Alguna cosa falla. Tanto Mossos como Guardia Urbana se han lavado además las manos. De hecho, quién corta la avenida es la propia Guardia Urbana de Barcelona.
Pero cómo no vamos a asistir a la descomposición de la sociedad catalana si nada menos que la alcaldesa, Ada Colau, dijo en el 2015 que “desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas”.
¡Las leyes se aprueban en los Parlamentos! ¿Quién es ella para decidir si es justa o injusta!
¡Hay que cumplirlas! Lo contrario es la selva, que es lo que está pasando.
Desde luego también se apuntó Quim Torra El entonces presidente de la Generalitat afirmó cuatro años después, en el 2019, que "las leyes injustas, moralmente, no se pueden obedecer”.
Me ahorraré otras ocurrencias del personaje como el "apreteu, apreteu" o los flirteos con la guerra de Eslovenia.
Dios no lo quiera -y soy agnóstico- pero el día que vea violencia a la puerta de su casa en Santa Coloma de Farners cambiará de opinión de golpe.
La confluencia entre el podemismo y el independentismo -ejemplificada en aquel balcón durante las fiestas de Gracia- es letal.
Han roto las normas, creado el caldo de cultivo, encendido la mecha, atiado el fuego.
¡Torra tardó 48 horas en condenar la violencia de Urquinaona! Estaba de paseo con los de las Marxes de la Llibertat.
Ahora el daño ya está hecho. No volveré a insistir en ello porque ya analice en un artículo precedente las causas y las consecuencias: se ha quebrado el principio de autoridad e incluso el respeto al uniforme.
Ahora cualquier chaval menor de edad se atreve con un mosso, un agente de la Urbana, un policía local. Los hemos puesto -los han puesto- a los pies de los caballos.
Costará mucho invertir esta tendencia porque la sociedad catalana se está hundiendo irremediablemente en la miseria. La decadencia no ha hecho más que empezar.
Pero permítanme una reflexión final sobre este proceso: el viernes por la mañana la ANC apenas consiguió reunir unas 800 personas -y soy generoso- ante el consulado italiano.
Al final cortaron la Diagonal a la altura de Aribau. Era fiesta. No pasaba nadie. A ver qué hubiera pasado en día laborable. La Diagonal no es la Meridiana. Es zona pija. Otro gallo cantaría.
Aunque luego, en el Telenotícies mediodía de TV3, dijeron que habían sido "centenares de personas".
No era verdad. Yo también estaba. E incluso aunque lo fueran, la cifra estaba muy lejos de los 40.000 que, en teoría, había el día de la protesta ante la consejería de Economía aquel 20 de septiembre del 2017.
En el TN noche dieron a la alza el número de asistentes a las protestas por la detención del expresidente. Empezaron por Girona -"la ciudad de Puigdemont" según aclaró la misma cadena- porque había más gente: "900 personas". ¡La ciudad tiene 100.000 habitantes!
En la conexión con la Plaza Sant Jaume, en Barcelona, volvieron a utilizar la expresión de "centenares de personas". Como al mediodía.
Pero el propio periodista qur hacía la conexión se justificaba. "No había habido un lleno total" porque Puigdemont ya había sido liberado y reconocía que "había menos gente y menos intensidad".
Al día siguiente, Òmnium proclamaba en su cuenta de twitter que "hem omplert els carrers i les places de tot el país". "Hemos llenado las calles y plazas de tood el país". Tampoco era verdad.
Nació Digital, medio indepe, calculaba "cerca de doscientas personas" en Sant Cugat y "un centenar" en Terrassa.
Quizá vale la pena volver a recordar que Sant Cugat -con alcaldesa de ERC, por cierto- tiene más de 90.000 habitantes y Terrassa unos 200.000.
La cosa va de baja.
El problema es que no se puede construir una sociedad -y mucho menos un nuevo estado- a base de mentiras.
Una sociedad que se basa en falsedades es una sociedad condenada al fracaso.
Catalunya es como un terrón de azúcar diluyéndose lentamente. A cada bugada perdem un llençol.