Cuando Jordi Pujol empezó a viajar al extranjero como presidente de la Generalitat lo confundían con un directivo de Generali, la multinacional italiana del seguro (1).
“Cómo se consigue que los mandatarios de medio mundo encuentren un momento para reunirse con el presidente de una comunidad autónoma de España de la que apenas tiene noticias y que tiene un nombre tan extraño?”, se pregunta en su primer volumen de memorias (2).
“Haciéndolo bien. Muy bien”, se responde él mismo.
Con el proceso todo esto se ha ido al garete.
Yo empecé a tener serias dudas sobre la estabilidad de nuestros gobernante -incluso mental- el día que los entonces eurodiputados Raül Romeva y Ramon Tremosa presentaron una pregunta en el Parlamento Europeo por el pisotón de Pepe, entonces un central del Madrid, a Messi durante un partido de la Copa del Rey.
Ahí fue la primera señal de alarma. En Bruselas debieron pensar, por primera vez, que algo pasaba en la azotea de los catalanes. Al menos de los independentistas.
Aunque semejante hazaña -de la vergüenza la acabaron retirando- no impidió que ambos llegaran nada menos que a consellers.
El primero del Foreign Office. El segundo, más efímeramente, de Empresa. Sigue con escaño en el Parlament.
Me ahorro otros episodios de los últmos años como lazos amarillos gigantes en el hemiciclo del Parlament.
Las cruces amarillas en la playas.
Las pancartas en la fachada de Palau.
Son como niños.
Como aquellos que hacen una travesura, la maestra los pilla, y todavía se apresuran a decir: “yo no he sido”.
O, aún peor, como adolescentes inmaduros.
El último ejemplo es que ni el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, ni la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, han recibido al Rey en la inauguración del Mobile.
Eso sí, luego -los muy gorrones- se han apuntado a la cena oficial.
La verdad es que hemos mejorado. El anterior presidente, Quim Torra, anunció en su día que no irían nunca más a actos del Rey en Cataluña.
Con Pere Aragonès de vicepresidente, por cierto.
Ahora, poco a poco, han ido tragando.
Supongo que por el daño que hacen estos desplantes institucionales.
Como el día que no fueron a la Seat porque iba el Rey a pesar de que da trabajo a 30.000 catalanes.
Luego, para deshacer el entuerto, enviaron el consejero de Empresa, Roger Torrent, a hacer el paripé unas semanas después.
El penúltimo numerito, éste en Madrid, ha corrido a cargo de la diputada de Junts Míriam Nogueras, que apartó la bandera española en la sala de prensa del Congreso.
Menuda hazaña. Eso sí, su partido lleva mareando la perdiz con el “embate final” para alcanzar la independencia desde el 2017.
Nada menos que seis años. A, mira por donde, casi 120.000 euros por año.
Así son nuestros políticos. Unos valientes a la hora de hacer numeritos.
Lo que no se entiende es que sus votantes no lo vean.
Es de las cosas que más me duele del proceso: han convertido Cataluña en un parvulario.
Un parvulario gigante.
(1)Yo estoy muy agradecido a la compañía porque dio trabajo a al escritor checo Franz Kafka (1883-1924)
(2) Temps de construir (1980-1993), Proa, Barcelona 2008, página 353