A pesar de las apariencias el proceso está finito. Kaputt. Si hemos de entenderlo como el proyecto político que tenía que llevar Catalunya a la independencia.
La otra posibilidad es su capacidad infinita de liarla, de embolicar la troca, de marear la perdiz.
Pero todo el mundo da por hecho -incluso los independentistas- que Catalunya no será independiente. Al menos a corto y medio plazo.
Vete a saber a largo plazo. Igual sale un Putin y apoya la causa.
La mesa de diálogo, en el fondo, es esto: game over. Admitir la cruda realidad.
Cuando Pedro Sánchez dijo aquello de “sin prisas, sin pausas y sin plazos” se refería no sólo a llegar al final de la legislatura sino también a adormecer el conflicto. Una técnica política habitual en estos casos.
Pere Aragonès, sin quererlo, fue más explícito cuando apostó por “una resolución pacífica del conflicto”. Eso ya no es la DUI ni la República Catalana ni nada que se le parezca.
De hecho vendió como un gran hito “el proceso de negociación que estamos a punto de iniciar”.
“Hemos conseguido que el presidente del Gobierno español venga” añadió olvidando, sin duda, la anterior visita de Pedro Sánchez en febrero del año pasado.
El gran éxito del encuentro era que “un gobierno del Estado admita por primera vez la existencia de un conflicto político”. Gestos. Fullaraca. Humo
Después de algunos titubeos, Pedro Sánchez reconoció sin ambages que un presidente del gobierno hay cosas que no puede dar -ni autodeterminación ni amnistía- e insistió en que su presencia allí era, en efecto, un gran avance. La foto.
Por eso, Puigdemont puede decir lo que quiera en Cerdeña. Incluso ver conspiraciones.
Pero el proceso está de capa caída.
Juraría que incluso la capacidad de movilización va a la baja.
En la manifestación convocada el viernes por la ANC ante el consulado italiano había apenas doscientas personas a las nueve de la mañana. La hora fijada para la convocatoria.
La mayoría clases medias, incluso altas, y de edad madura. Abundaban las canas. Alguna señora hasta se llevó la silla.
Les fue fácil cortar la Diagonal porque, como era festivo por la Mercè, circulaban pocos vehículos.
Luego, entre periodistas, escoltas de los consejeros, mirones y rezagados quizá subieron a 600. Pongamos 800.
Pero muy lejos de las épocas álgidas del proceso allá por el 2017.
Como dije en un artículo anterior: el TN noche abrió la información de las protestas con la concentración de “900 personas”. La ciudad tiene 100.000 habitantes.
Mientras que Nació Digital, diario online indepe, calculaba 200 en San Cugat -tiene 90.000- y cien en Terrassa (200.000). Al día siguiente Òmnium y la ANC se empeñaban en decir que habían vuelto a llenar "las calles y plazas" de gente.
Lo que más me sorprendió -el tratamiento de TV3 lamentablemente ya no me sorprende- es la desconexión de la realidad de sus dirigentes.
Jordi Cuixart, en la Plaza Sant Jaume, afirmó que la detención de Puigdemont era un “conflicto europeo”.
Nadie en Europa ha movido un dedo por el expresidente.
Y Elisenda Paluzie, mucho más belicosa, dijo que el Estado español está “en guerra con nosotros”.
Ya le gustaría a la presidenta de la ANC. Aunque los catalanes no hemos ganado una guerra desde los Almogávares.