Ya lo dije en mi canal de youtube: no voy a llorar por el cese de Àngels Chacón la frente de la consejería de Empresa.
Que conste que, cuando llegó al cargo, me pareció una buena apuesta.
Venía del sector privado. Como directora de exportación de una empresa papelera había viajado mucho. Se había curtido luego en el mundo local: concejal y teniente de alcalde de Igualda. Y fogueado finalmente al frente de la dirección general de Industria.
Pero luego la cosa empezó a desinflarse. O al menos mi confianza inicial.
La gota que colmó el vaso fue aquel tuit en los inicios de la pandemia, que ilustra esta columna, en el descalificaba la campaña institucional del Gobierno español.
“¿Ha de ser amarillo la palabra virus?”, se preguntaba en pleno desplome económico.
Es cierto que la campaña a mí tampoco me gustó. Y parecía hecha con segundas intenciones.
Haber puesto “este virus lo paramos juntos” en vez de “unidos”. Pero al fin y al cabo era del Gobierno central. ¿Qué iban a poner?
A las puertas de la crisis sanitaria más importante des de la gripe de 1918 me pareció una collonada el comentario.
Hubo tambén otro momento memorable cuando, en diciembre del 2018, anunció una huelga de hambre en un acto oficial.
Dijo que no se quedaría a la cena, una entrega de premios de Fomento, en solidaridad con los presos del poceso, que entonces estaban en ayuno.
“Por respeto a los compañeros, estaré en el inicio del acto, pero después no me quedaré a la cena”, afirmó
“Es una cuestión personal", añadió a modo de explicación.
Como se sabe, la huelga de hambre de los presos fue de mentirijillas: alimentos sólidos, no. Pero líquidos, sí.
Y se terminó cuando vieron que tenía poco eco mediático.
Para sacarles del entuerto el Síndic de Greuges, Rafael Ribó, pidió a los expresidentes de la Generalitat que firmaran una carta solicitando que, por favor, lo dejaran.
¡Hasta hizo firmar a Pasqual Maragal, enfermo de Alzheimer!
Las huelgas de hambre sólo hay que hacerlas si estás dispuesto a llegar al final. Como Bobby Sands, que duró 66 días.
O más recientemente la activista turca Ebru Timtik, que ha durado 238 días. Sin duda, un récord.
Pero la que más me indignó fue un perfil publicado en La Vanguardia también en esas fechas. Salía fotografiada tras zambullirse en una piscina.
Y la periodista le preguntaba sobre la marcha de más de 3.500 empresas tras la declaración de independencia.
¿Saben qué dijo?
“Tenemos mucho trabajo. No subestimo la marcha de las empresas, pero no puedo quedarme encallada en eso”
¡Nada menos que la consejera de Empresa!
Por eso, va a tenerlo muy difícil si ahora es la candidata del PDECAT en las próximas elecciones.
¿Cómo va a marcar perfil? ¡Pero si estaba en el ajo!
De hecho, el propio pesidente del PDECAT, David Bonvehí, el día que Puigdemont rompió el carnet del partido no se le ocurrió nada mejor que desearle suerte.
Se despidió expesando su “máximo reconocimiento y respeto” por el expresidente.
“Continuaremos trabajando para conseguir la independencia de Catalunya”, insistió.
¿Entonces por qué rompen?
No sólo, eso. A pesar de la ruptura, a la hora de escribir esta columna todavía tiene como tuit fijado uno de ¡septiembre del 2017! con una foto de Puigdemont con una niña y dándole las gracias “por liderarnos”
¿Liderarnos, a dónde? ¿Al precipicio?
Son víctimas del mismo marco mental que han creado. Peor: son víctimas de la burbuja mediática que alimentaron.
Yo, la verdad, es que cuando cubría los consejos nacionales del PDECAT -que en la época de vacas gordas se hacían en un hotel de Bellaterra- siempre me preguntaba qué hacían cuando aplaudían a rabiar a Artur Mas.
Ahí estaban todos, incluso los que ahora han saltado del barco: Marta Pascal, Santi Vila. Supongo que también David Bonvehí, pese a que entonces todavía no regía los destinos del partido.
El problema de Catalunya es que ha llegado al poder una generación de hiperventilados.
Yo les llamo la generación del Club Super 3 en honor a un programa de la televisión autonómica. Aunque no sabría decir, a ciencia cierta, que influencia tuvo TV3 y la famosa escuela catalana en el despertar de su conciencia política.
No sólo han llegado al Govern -Budó, Calvet, Puigneró- o al Parlament -Josep Costa- sino también en los escalafones interiores.
Basta con echar un vistazo al perfil de twitter del jefe de gabinete de Pugidemont, Josep Lluís Alay, o del ex asistente de Tremosa en el Parlamento Europeo, Aleix Sarri, si no lo ha recolocado ya en la consejería. Con el agravante de que el primero es historiador. Creo que ahora el modelo a seguir es Nueva Caledonia.
Será muy difícil corregir el rumbo. En realidad, ya hemos chocado contra las rocas. Mucho antes incluso de divisar la costa de Ítaca en el horizonte que prometía Mas.
Pero que sean conscientes todos ellos -también Àngels Chacón- que se han cargado no sólo la posibilidad de que Catalunya sea independiente a corto o medio plazo -a largo plazo es mucho aventurar- sino que se han cargado una cosa más importante: se han cargado la propia sociedad catalana.