Los historiadores catalanes, o al menos una parte, tienen mucha responsabilidad en lo que ha pasado.
La mayoría, como el resto de intelectuales, se apuntaron al proceso.
Algunos ya venían del catalanismo. Otros evolucionaron hacia posiciones independentistas.
Tengo la teoría personal, por ejemplo, de quel padre de la historiografía catalana Josep Fontana, que venía del PSUC, se apuntó al proceso para joder al PP.
Como buena parte de la izquierda política y mediática. Era la venganza por la mayoría absoluta de Aznar.
Le recuerdo un artículo en El Periódico en el que acusó al PP nada menos que de “deriva nazi”.
No tengo constancia de que hubieran gaseado nunca a nadie en la sede de la calle Génova.
Incluso presidió la inauguración aquel seminario de España contra Catalunya organizado por Jaume Sobrequés, otro que tal.
Todo el mundo sabía que no era España contra Cataluña sino los Borbones contra los Austrias. O al revés.
Una guerra de sucesión, no de secesión.
Pero había que ir calentando al personal de cara a los fastos del Tricentenario.
Por no hablar de otros como Solé i Sabaté. Basta repasar su perfil de twitter.
Tiene libros importantes como “La repressió franquista a Catalunya (1938-1953)
aunque cuando uno investiga la represión en la retaguardia republicana, como César Alcalá, enseguida lo tildan de “facha”.
O Joan B. Culla, que pasará a la historia -si pasa- más como articulista que como historiador lo cual, para un historiador, es terrible.
Es legítimo ser independentista. Sólo faltaría. Pero lo que hay que pedir a un historiador -como a los periodistas- es que diga la verdad.
El resto hace lo que puede.
Ricardo García Cárcel con su “Historia de Cataluña de los Siglos XVI-XVII”, que alguien debería actualizar porque a él le pilla ya mayor.
Jordi Canal con sus historias de Catalunya o de España. Canal, además, es monárquico. Pecado mortal.
Ruiz-Domènec con su “Informe sobre Cataluña”, lo más cercano a Vicens Vives.
David Martínez Fiol con sus estudios sobre el enchufismo sobre la Generalitat Republicana. Es decir, como ahora.
Ucelay-Da Cal con sus estudios sobre el separatismo.
O Roberto Fernández con su libro sobre el absolutismo borbónico.
Por citar sólo algunos. Seguro que me dejo nombres.
Pero hay que decir que los que se han empeñado en ir a contracorriente han pagado un alto precio: el silencio oficial, el menosprecio intelectual o incluso el exilio académico.
De aquellos polvos estos lodos.
Porque, en la época actual, los historiadores deberían ejercer el papel que ejercían, en las sociedades antiguos, los sabios de la tribu.
No en vano dicen de la historia se aprende.
Si los catalanes lo hicieramos seguramente no cometeríamos tantos errores.
Al fin y al cabo celebramos una derrota y no tenemos ninguna victoria.
Por eso, en la construcción del relato han tenido un papel destacado los historiadores.
Basta recordar por ejemplo que, uno de ellos, Oriol Junqueras, llegó casi a lo más alto: vicepresidente del gobierno de la Generalitat.
Por mucho que fuera un historiador más mediático que académico y su tesis doctoral no haya sido publicada más allá de internet.
Como un periodista, Carles Puigdemont, llegó a la pesidencia de la Generalitat
Y un intelectual, Quim Torra -dejémoslo en gestor cultural a pesar de que TV3 lo definió como intelectual “brutal”-, que también tan alta cima.
Lo que dice mucho sobre el sentido crítico y la independencia de criterio de periodistas, intelectuales e historiadores. Los tres pilares del proceso junto con los medios de comunicación.
Aunque la cosa viene de lejos.
De Ferran Soldevila y Valls Taberner en aquella “Història de Catalunya” financiado por Cambó en los años 30.
Valls Taberner, hombre de profundas convicciones católicas, acabó harto y en Madrid.
Soldevila publicó -entre los 50 y los 60- una Historia de España en cuatro volúmenes elogiada entonces, en pleno franquismo, por todos
Desde Ramón Menéndez Pidal a Gregorio Marañón pero también Vicens Vives o Joan Fuster.
No sé si para hacerse perdonar.
Y, tras su exilio inicial y represalias posteriores, acabó trabajando el Archivo de la Corona de Aragón.
Pero ambos fijaron el marco mental de la historiografía catalana: la de una potencia medieval que sólo por factores externos -plagas, terremotos y malas cosechas- o la mala suerte -la muerte sin descendencia de Martí l’Humà- no se consolidó como estado independiente.
Sobre todo, el Compromiso de Caspe. La culpa, como siempre, la tiene España aunque España, en el concepto moderno del termino, entonces no existía.
Excusas. El resto de países de nuestro sufrieron desgracias similares y salieron adelante.
Inglaterra padeció tres guerras civiles en el siglo XVII: 1642-1646, 1648 y 1650-1651
Sin contar la de los York y los Lancaster (1455-1487). Y, en cambio, en el siglo XIX construyeron un imperio.
Mientras que Francia, en la época de Felipe Augusto (1165-1223) era apenas la mitad norte.
Los ingleses estaban en Burdeos. La Borgoña y la Champaña eran independientes.
En fin, lo de siempre: los catalanes no tenemos nunca la culpa de nada.
Modestamente creo que la Guerra Civil Catalana (1462-1472) tuvo un papel fundamental.
Entre otras razones porque una guerra civil ya es un fracaso como sociedad y porque acabó en tablas: el conflicto permaneció larvado.
Imaginen cómo debía quedar el Principado tras un conflicto de diez años cuando apenas tenía, calculan, unos 400.000 habitantes.
Además no deja de ser curioso que un tema tan importante solo tenga una obra de referencia: los dos volúmenes publicados por los Sobrequés, padre e hijo, … ¡en los 70!.
Bueno hay más vacíos en la historiografía catalana, más bien agujeros negros: nadie se ha atrevido con las biografías definitivas de Macià o de Companys, por ejemplo. No vayan a derrumbarse los mitos.
Ya lo decía Vicens Vives nada más empezar su Notícia de Catalunya: “Debemos saber quienes hemos sido y quienes somos”.
También lo dijo Elliott en el prefacio en inglés de su The Revolt of the Catalans: “Los historiadores catalanes tienden a repetir una versión comuna de la historia, que es claramente nacionalista”.
Curiosamente la indirecta no sale en la edición en castellano.
Aunque quizás el que más acierte es el escritor e historiador Juan Eslava Galán cuando dice, en su monumental Enciclopedia nazi contada para escépticos: “Los historiadoes, salvo honrosas exceptiones, constituyen un colectivo apesebrado por el poder”.
En resumen: tienen que comer.