Venga, va, seamos sinceros de una puñetera vez. Cómo van a tomarnos en serio fuera de Cataluña, si más de la mitad de nuestros representantes políticos -sobre todo los del Govern- generan desconfianza y producen repelús. Cómo va el mundo mundial a respetar a un Oriol Junqueras que, en un ataque rococó de narcisismo, nos cuenta ante las cámaras de la sumisa TV3 que es un hombre bueno, que nunca ha roto un plato, que lo suyo es la honestidad y que los malos no resistirán la profundidad de su mirada.
A estas alturas del serial, quién va a confiar en un Carles Puigdemont que funda y funde partidos políticos a granel a golpe de flequillo. Sigamos por la senda de la seriedad. Cómo va a confiar el ciudadano de a pie en los portavoces y consellers de un Govern en guerra interna, que juega a desdecirse cada dos por tres y es experto en confundir. Budó comunica con los pies; Vergés se esfuerza, sin éxito, en no parecer una plañidera y Torra es el pichichi de los goles insolidarios. Dónde queda la credibilidad de un independentismo que reclama competencias desde la más absoluta incompetencia. Dónde queda la credibilidad del mensaje gubernamental cuando éste llega televisado mediante el busto parlante de una Rahola omnipresente en la televisión pública catalana. Insisto, cómo van a tomarnos en serio, si siempre que aflora un caso de corrupción se arguye que es un montaje manido en las cloacas del estado español.
Vaya, ya saben: lo del clan Pujol, lo del 3%, lo del caso Palau, los ‘trapis’ de la Borràs, el desvío de fondos para la agitación… Todo son fábulas pergeñadas en las sedes de los unionistas, cuando no en la guarida del CNI. Y finalmente, cómo van a tomarnos en serio si tras tres años de desbarajustes, en medio de este galimatías que nos tienen montado, nadie ha sido capaz de romper la baraja y convocar elecciones. Quizás ha llegado el momento de sentar la cabeza y reflexionar para cambiar de protagonistas… De no ser así jamás van a tomarnos en serio.