El otro día me enteré por el TN de la muerte del exdiputado de CiU Jaume Camps (1944-2022).
Es el único programa de TV3 que veo.
Y, si puedo, sólo titulares.
Conocí a Jaume Camps en una boda.
Entonces era yo un jovencísimo militante de la JNC y de CDC.
Y se casaba Joan Oliveras, el secretario general.
Era uno de mis ídolos de juventud.
Luego, cuando lo vi sonriente detrás de Puigdemont en la portada de El País tras las elecciones del 2017, la cosa decayó.
Pero la primera boda a la que asistí en mi vida.
Debía rondar los 18.
Antes me compré una corbata en El Corte Inglés de Plaza Catalunya.
El vendedor incluso me enseñó a hacer el nudo.
Recuerdo a Jaume diciendo, con ese humor socarrón que tenía: “si lo sé vengo con chirucas”.
Porque la ceremonia era en un jardin o un claro del bosque.
Me veo todavía caminando entre pinos.
Hace años me lo encontré en la calle del Bisbe tras una rueda de prensa en Palau.
Admitió que la cosa ya no iba bien.
“Lo dice hasta Trallero”, me dijo.
La última vez hace tres o cuatro unos años en los pasillos del Parlament.
Quizá más porque el tiempo pasa muy deprisa.
“Jaume -le supliqué- dile a los tuyos que no anem bé".
"Ya se lo digo pero no me hacen caso", obtuve por respuesta.
Me explicó que, cuando él era miembro de la Mesa, tras la reunión de cada martes se iban a comer.
Compartían mesa y mantel, entre otros, con la diputada del PP Alicia Sánchez Camacho.
Ahora el clima político está tan enrarecido que es impensable.