Estoy realmente preocupado por el futuro de mis hijos.
Bueno, los míos ya son mayores y más o menos están encarrilando sus vidas.
¿Pero qué les habremos enseñado si el presidente de la Generalitat planta a un tribunal de justicia?
Seguramente a vivir del cuento porque, a pesar de desobedecer, Torra cobra 122.000 euros al año.
Todos sabemos, además, que es un gesto de cara a la galería.
No tiene que presentarse y está por ver si el juez, a pesar de todo, decide ordenar su detención.
Bastaría, en este caso, llamar a los escoltas del expresident: deténganme a este hombre.
No estaría mal el espectáculo: los Mossos deteniendo a todo un expresidente de la Generalitat.
Cosa que, por otra parte, no hicieron con Puigdemont. Ahí, al contrario, más bien facilitaron su fuga.
La otra posibilidad es que Torra decidiera engrosar la lista de ilustres exiliados -fugados- pero dudo mucho de que deje la supermasía que tiene alquilada en Santa Coloma de Farners.
Dense una vuelta por su insta y verán que el hombre está muy ocupado paseando a los perros, fotografiando paisajes y promocionando productos de proximidad como la ratafía.
Yo creo que no va ni al despacho de lujo que tiene en Girona que, por cierto, pagamos entre todos.
También es verdad que como dijo un día Quico Sallés, reconocido periodista indepe, “nunca tendría que haber llegado a presidente”.
De los 131 presidentes de la Generalitat, si nos atenemos a la lista confeccionada por ellos, ha sido sin duda el peor de todos.
Ahora no lo quieren ni los suyos. En la última Diada de Sant Jordi los de Junts no incluyeron su libro entre las recomendaciones.
Pero no es sólo eso: los maestros han cortado la Ronda Litoral.
No voy a entrar aquí en los motivos de la huelga.
Ni que el consejero Cambray, él mismo un hiperventilado, haya conseguido encabronar a la misma comunidad educativa que les dio apoyo durante el 1-0.
Los que fueron con las llaves a Palau, abrieron las escuelas para el referéndum o se manifiestan ahora contra la sentencia del 25% de castellano.
Pero lo que nos faltaba: ¡Maestros cortando la Ronda!
Volveré a repetir la pregunta que planteaba al principio: ¿Qué les enseñaremos a nuestros hijos?
Pues eso: a cortar carreteras.
Tampoco me extraña. De hecho el gobierno de la Generalitat también alentó a ocupar aeropuertos, cortar autopistas, bloquear fronteras y hasta a quemar contenedores.
En resumen: Catalunya se ha convertido en can pixa, can seixanta, un desgavell que decimos en catalán.
El proceso ha arrasado con todo.
No sólo con partidos, instituciones y liderazgos sino también con los valores mismos que cohesionan a una sociedad: el respeto la espacio público, a la autoridad, la cultura del esfuerzo. Todo.
No sólo se han degradado las instituciones catalanes sino que se ha degradado algo mucho peor: la misma sociedad catalana.
Como periodista debería estar contento. Es como si Edward Gibbon -autor de la monumental The decline and fall ot he Roman Empire- hubiera presenciado en persona la caía del Imperio Romano. Se habría puesto las botas.
Pero, como catalán, sufro. Me duele en el corazón.
¿Realmente, en los comienzos de la Transición, gritábamos aquello de Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia para acabar así?
Me temo que no
Y tampoco se atisba solución en el horizonte.