Había expectación ante la anunciada propuesta de China en relación con la guerra de Ucrania. Una vez conocida, ha sido considerada por medios y líderes occidentales con escepticismo, tibieza, decepción. Una reacción lógica en el contexto de propagandas cruzadas. Incluso un avezado analista la ha tildado de ratón parido por la montaña (china).
Pero, veámoslo con un cierto detenimiento y un mínimo de objetividad.
Nunca en la historia de la diplomacia del siglo XX una primera propuesta ha sido la adoptada finalmente, ni siquiera lo fueron los famosos “Catorce Puntos” del presidente Woodrow Wilson propuestos en enero de 1918 para las negociaciones de paz en la Primera Guerra Mundial.
La decepción se explica, en parte, por la calificación precipitada de la propuesta como “plan de paz”, cuando no lo es. Y los mismos que le atribuyeron tal carácter antes de conocerla, dicen ahora despectivamente que no es un “plan de paz”, un malentendido inocente o malintencionado.
Las descalificaciones de distintas fuentes occidentales se resumen fácilmente: para Washington “la guerra terminaría mañana mismo, si Rusia retirara sus fuerzas”; para la OTAN “carece de credibilidad, porque (China) no ha condenado la invasión”; para la UE “no identifica ni distingue entre agresor (Rusia) y agredido (Ucrania)”.
Todo esto y más de lo mismo no es una valoración del contenido de la propuesta, son juicios ideológicos.
Si nos ceñimos a lo presentado, la propuesta de 12 puntos lleva por título “Posición de la República Popular de China sobre el arreglo político de la crisis ucraniana” y la finalidad explicitada de la propuesta: “trabajar (todos) en la dirección de retomar el diálogo directo (entre Rusia y Ucrania) para (obtener) una desescalada progresiva y alcanzar un alto el fuego completo”.
Nada más, y, no obstante, es mucho por proceder de quien procede.
Pretender que la paz exige, ante todo, la retirada de los ejércitos rusos del entero territorio ucranio es poner la carreta delante de los bueyes. La retirada sería el resultado de las negociaciones, no una condición sine qua non que supondría una suerte de capitulación de Rusia.
La reacción del Kremlin -también propagandística- ha sido la de destacar los puntos que coinciden con su posición, sin campanas al vuelo. Incluso se puede deducir que la propuesta no gusta a Putin, contiene demasiados implícitos y algún explícito de condena de sus afirmaciones y práctica.
De entrada, una enmienda a la totalidad del objetivo de Putin: China pide “el respeto de la soberanía y la integridad territorial de todos los países”, incluida Ucrania, pues, a la que Putin ha desintegrado parcialmente con la anexión de Crimea (2014) y del Donbás (2022), anexiones que China no ha reconocido.
En otros puntos (punzantes), China rechaza la amenaza o el uso de armas nucleares, amenaza continua en boca de Putin, y llama a las partes implicadas en el conflicto (Rusia y Ucrania) a “respetar estrictamente el derecho humanitario internacional, evitando los ataques a civiles y a inmuebles civiles”, ataques que las fuerzas armadas rusas bajo el mando último de Putin perpetran sistemáticamente.
Por supuesto, la propuesta incluye críticas a la posición occidental, tanto por la “equidistancia escorada” que mantiene China como por su propio enfrentamiento con EE. UU.
China desaprueba especialmente las sanciones económicas a Rusia, que indirectamente están afectando el comercio global del que tanto depende, para ello utiliza un argumento irrebatible: son “medidas” que tendrían que haber sido aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU (artículo 41 de la Carta).
Es cierto, pero el veto de Rusia y, probablemente, el de China, impedirían su aprobación, por lo que no pudiendo ser “de iure” son “de facto”.
La propuesta de China no es otra cosa que una invitación para el (re)inicio de la negociación, incluso sin alto el fuego, aunque lo pide, que no suele ser un requisito previo, no lo fue en el armisticio de Corea (1953) ni en los acuerdos de paz para Vietnam (1973)-, negociación en la que China, factor determinante ante Rusia, se ofrece a desempeñar un papel “constructivo”.
La UE debería estudiar la propuesta con lupa, como ha sugerido el embajador de la Unión en Pequín -el español Jorge Toledo Albiñana-, tanto porque la guerra está causando víctimas y devastación insoportables, como porque cae bien en el Sur global, que mayoritariamente se abstiene en las resoluciones condenatorias de la Asamblea General de la ONU, compartiendo la posición de China.