Quería decírselo por twitter pero creo que ha cerrado su cuenta.
O sea que voy a ponerlo aquí por escrito.
La única posibilidad que tiene Manuel Valls de redimirse es haciendo como Roy Jenkins: escribiendo.
Como se sabe el político inglés -excomisario europeo y exfundador del SDP británico- en cuanto se retiró de la primera fila publicó un libro sobre Winston Churchill, considerada la biografía canónica hasta la aparición de la de Andrew Roberts (2018).
Le dio incluso tiempo a terminarla porque la obra es del 2001 y falleció en el 2003.
También es verdad que Jenkins -con una carrera con altibajos como buen laborista- llevaba publicados una veintena de libros cuando afrontó el reto de Churchill.
La mayoría biografías de exprimeros ministros (Asquith, Gladstone) o figuras norteamericanas de relieve (Roosevelt, Truman).
Por eso, no hace falta que Manuel Valls haga otra de Churchill. Ni siquiera la de Clemencau, uno de sus referentes.
Puede empezar por sus memorias o el ensayo político. En la política francesa escribir es una tradición.
A mí me encantó el Passions de Sarkozy (2019), Le pouvoir no se partage pas de Balladur (2009) o Los cien días de Dominique de Villepin (2001), otro ex primer ministro, sobre Napoleón.
Yo todavía tengo pendientes su Entretiens avec Claude Askalovitch (2008) y su Sécurité. La gauche peut tout changer (2011) aunque seguramente hayan quedado envejecidos por el tiempo.
Valls, que empezó historia en al Sorbona, fue de los primeros políticos franceses en advertir sobre los efectos colaterales de la inmigración en materia de seguridad ciudadana, civismo o convivencia.
No en vano fue alcalde de Évry, en la banlieue de París, entre el 2001 y el 2012.
Por eso, tras ser vapuleado en las últimas elecciones legislativas -ni siquiera fue elegido por la quinta circunscripción, que agrupa a los franceses de España y Portugal- lo mejor que puede hacer es borrón y cuenta nueva.
Además, juega con ventaja: tiene el Estado en la cabeza.
Y, como decimos, en catalán, la mà trencada a la hora de escribir con más de de una decena de libros publicados.
Si no, puede empezar con su visión el proceso catalán desde dentro.
Al fin y al cabo cantó las verdades a la burguesía catalana durante una cena. La mejor crónica que leí del acontecimiento fue la de Salvador Sostres en el ABC.
Es verdad que cometió errores. Algunos flagrantes.
En los de su candidatura municipal no voy incidir más porque ya se los cantó Miquel Giménez en otro artículo memorable.
Sin duda el peor fue fichar al equipo de comunicación de Pasqual Maragall. Eso lo marcó todo.
Todo el mundo quería ser el heredero de Maragall: su hemano Ernest, Ada Colau ... ¡hasta Elsa Artadi!
Por eso, la única manera que tiene Manuel Valls de redimirse es la de ponerse a escribir.
Y cuanto antes mejor.
Si quiere puede empezar por las memorias. En la edición en castellano puede incoporar este subtítulo: “El chico de Horta que llegó a primer ministro”.
A su padre, al que le hicieron tanto el vacío Antoni Tàpies y compañía, seguro que le gustaría.