Mienten.
Mienten sistemáticamente.
Mienten a todas horas.
Al fin y al cabo el proceso ha sido una sarta de mentiras.
Aunque ahora a las mentiras las llamen posverdades.
Ya lo dijo Manuel Trallero en su último programa: "no han parado de mentir".
Porque ayer, en la Meridiana, no había “centenares de personas” como dice la ANC en su perfil de Instagram.
Había, siendo generosos, unas cuatrocientas.
Pongamos incluso quinientos, para redondear.
Pero habría que excluir a los periodistas, a los mirones, a los vecinos que saboreaban el triunfo en silencio.
La protesta de ayer de la Meridiana -en la que los mossos volvieron a permanecer de brazos cruzados- son las escorrialles del procés como decimos en catalán.
Está a las últimas.
Una metáfora de la degradación no sólo del espacio público -vete a cortar la Vía Augusta, el Túnel del Cadí o la carretera de Cadaqués; a ver qué pasa- sino del famoso viaje a Ítaca a la que nos prometió llevar Artur Mas.
Poliferaron ya los gritos contra Pere Aragonès; contra el conseller de Interior, Joan Ignasi Elena; y contra su número dos, Oriol Amorós. Todos de ERC.
Ayer tampoco vi en la zona o haciendo tuits a Gabriel Rufián. Quizá no habría salido vivo del encuentro con sus votantes.
En efecto, las únicas personalidades que alcancé ver fue al ex Terra Lliure Frederic Bentanachs; a Rai López Calvet, aquel que se fue a pie a visitar a Puigdemont; y al diputado de la CUP, Carles Riera, que no sé pierde una.
En la última protesta -un desalojo de los Mossos- le mancharon la chaqueta de pintura los suyos, el único sacrificio que ha hecho la CUP hasta ahora.
Bueno, sí también Laura Borràs dejándose querer.
Borràs hizo como César pero en cutre: llegó, vio, cortó y se fue.
Los escoltas se la llevaron en el coche oficial tras recibir besos y abrazos.
Fueron apenas diez minutos. Incluso menos. El suficiente para las cámaras.
Borràs es un ejemplo también de lo que ha sido el proceso porque los que pringan no son los de arriba, son los de abajo.
Ella fue sólo a hacerse la foto.
Aunque no deja de ser grave que la presidenta del Parlament desobedezca a su propio Govern.
Peor todavía: la presidenta del Parlament que no se ha atrevido a desobedecer al Estado con el escaño de Pau Juvillà se atreve ahora a desobedecer a la Generalitat. Rizando el rizo.
Han pregonado tanto la desobediencia que se ha instalado en la sociedad. No pueden vivir sin ella. Algo inaudito en el caso de un cargo institucional de su importancia. Desobediencias a 155.000 euros al año. Pijería pura. Postureo. Así está el patio.
Todo por una foto y resarcirse de los disgustos de esta semana en la que no la ha apoyado ni Carles Puigdemont, ni Quim Torra ni Jordi Sánchez ni Albert Batet.
La fulgurante carrera política de Laura Borràs está llegando a su fin. Por razones políticas o judiciales.
Y ella lo sabe. Por eso actua así. Es solo una huida hacia adelante. Aunque sea con gestos.
Aunque Borràs, la Meridiana, la indolencia de los Mossos durante dos años, el postureo también de Colau o de Collboni reflejan no sólo la degradación del proceso sino de una sociedad entera.
Nos hundimos lenta pero irremediablemente en la miseria moral. Seguramente también en la política y la económica porque va todo junto.
Felicidades, desde aquí, a todos los que lo han hecho posible.