Tras más de siete meses sin presidente de la Generalitat, doscientos días de gobierno en funciones y casi setenta desde las elecciones al Parlament, hasta la dócil prensa catalana empieza a impacientarse.
El Periódico publicaba el pasado día 19 un titular elocuente en portada: “Bloqueados sin Govern”. “Un país a la espera”, rezaba en páginas interiores.
Aunque teniendo en cuenta que el actual director fue Secretario de Comunicación con el tripartito y luego presidente de la CCMA -en ambos casos a propuesta de Esquerra- quizá barría para casa.
Mientras que La Vanguardia, el mismo día, publicaba una entrevista a la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, con una seria advertencia: “La ausencia de Govern dificulta el diálogo sobre los fondos europeos”.
¡La pela es la pela!
¿Saben por qué todavía no se han puesto de acuerdo?
Porque nadie osa decir la verdad.
Ya se lo decía Josep Pla en una carta Jaume Vicens Vives recogida en las primeras páginas del último libro de Jordi Amat: “¿Por qué en nuesto país, nadie dice la verdad?” (1)
Es una incógnita saber por qué los catalanes somos tan inclinados a fer volar coloms (vivir en las nubes)
Debe ser cosa de la tramuntana. Aunque el viento del norte alcanza solo a una parte del territorio.
Sí, habría que reconocerlo: El proceso ha fracasado.
Sus dirigentes nos han llevado al precipicio.
Peor: a la inanidad política.
Está incluso amortizado. Ya ven que en Madrid andan más preocupados por otras cosas.
Mientras no lo admitan, que no lo admitirán, todo va a ser continuar con la matraca.
Mirarse de reojo. Sacar pecho sin atravesar ninguna línea roja.
Como Torra, que lo único que se le ocurrió para salir como un héroe tras dos años en el cargo fue colgar una pancarta.
Nadie, en efecto, se va a atrever a “volverlo a hacer”.
Por mucho que lo pregonaran en el Supremo o en TV3.
Los mecanismos del Estado pueden admitir una ensoñación. Dos, ya no.
Hasta Jordi Cuixart, el inventor de la frase, se lo dijo a Mònica Terribas en la última entrevista que tuvieron juntos: “yo ya he hecho lo que tenía que hacer”.
Ha fracasado incluso la Mesa de Diálogo, la tabla de salvación a la que se agarra ERC.
Y desde luego todas las propuestas que vengan de Junts o de Waterloo: sean sellos, tocar la guitarra, o hacerse el carnet del Club Super 3 versión indepe.
De hecho, los indepes más radicales empiezan a impacientarse.
Hasta han colgado boca abajo muñecos en la autopista de ERC, de JxCat y de la CUP.
En los buenos tiempos eran de Ciudadanos, del PP o hasta del PSC.
Lo más grave es que se han roto las costuras institucionales de Catalunya.
Como cuando te pruebas una americana estrecha y se rompe por las mangas o por la espalda.
Y que hemos entrado en una fase de inestabilidad política digna del interregno previo al Compromiso de Caspe (1410-1412) o a otros episodios aciagos de nuestra historia con resultados de sobra conocidos.
A este paso acabaremos suplicando un nuevo Trastámara -¡oh, herejía!- que nos saque del atolladero.
Parece que no hay líder semejante en Catalunya para coger el toro por los cuernos y decir la verdad.
(1) "El hijo del chófer". Tusquets. Barcelona 2020, página 4 en la versión kindle