En el gesto de Gabriel Rufián de no darle la mano al exconsejero Santi Vila el otro día en el Supremo hay algo más que desprecio: hay odio.
Por supuesto, el diputado de ERC está en su derecho.
Yo mismo hay dos colegas a los que no estrecharía nunca la mano. Uno es Albert Montagut. El otro, Ricard Ustrell.
Ambos, por cierto, han tenido ya la ocasión de comprobarlo porque soy hombre de convicciones profundas.
Pero en el caso de Rufián hay algo más: hay un agravante.
Porque es el que hizo el tuit de las “155 monedas de plata”.
Luego el que se quejó del “independentismo mágico” en un programa de TV3.
Recuerdo ambos episodios para que vean las oscilaciones del personajes. Y sobre todo su coherencia. Quizá mejor tendríamos que hablar de inconsistencia.
Porque es también el que se refiere con frecuencia a PSC, PPC, Ciudadanos como “carceleros". Estamos hablando, así a bote pronto, de fuerzas que representan a casi dos millones de catalanes.
O afirma que los procesados por el 1-O están “secuestrados”. Como si fueran Javier Rupérez, Emliano Revilla u Ortega Lara por citar algunos secuestros sonados de ETA.
El último me impresionó por su crueldad. Y eso que todos los secuestros son crueles. No me extraña que el hombre se haya hecho de Vox.
Y el del empresario de Soria porque, en esa época, trabajaba yo en Madrid para La Vanguardia y me tocó cubrirlo: 249 días permaneció encerrado en un agujero.
Recuerdo que en verano me fui a Estados Uniodos -en esa época todavía no había móviles ni internet- y al regresar lo primero que hice fue preguntarle al taxista de Barajas que había pasado con Emiliano Revilla. Seguía secuestrado. No lo liberaron hasta el 30 de octubre.
Por eso, a lo que iba, el gesto del diputado de ERC confirma lo que todo el mundo sabe pero nadie se atreve a decir: en Catalunya hay odio.
Siempre me preguntó: ¿Qué pasará el día que se encuentren los que cuelgan lazos amarillos y los que los descuelgan en una calle oscura a una hora avanzada de la noche? ¿Se liaran a gorrazos?
Bueno, ya ha habido algunos incidentes. Casos aislados. Por una y otra parte.
¿Pero prenderá un día la mecha?
Y si prende, ¿hasta dónde?. ¿Tortazos? ¿habrá sangre? ¿muertos?
Hay que ser conscientes de que las guerras civiles no se declaran.
Nadie sabe quién pegó el primer tiro en los Balcanes en los años 90.
Ni siquiera en la Guerra Civil española. O en Fort Sumter, la primera batalla de la Guerra Civil americana.
Ha habido, eso sí, algunos precedentes a los que en su día restamos importancia.
José Montilla tuvo que salir por patas de la manifestación contra la sentencia del Estatut del 2010.
¡Pero era el presidente de la Generalitat! Y estaba organizada por los mismos que se han puesto al frente del proceso: la ANC y Ómnium.
Mientras que Pere Navarro, entonces primer secretario del PSC, fue agredido por una mujer en Terrassa.
Delante de la principal iglesia de la ciudad. Antes o después -no sabría precisarlo con exactitud- de la primera comunión de una sobrina.
Se dijo que la agresora en cuestión no estaba bien de la cabeza. Bueno, muy bien no debía estar.
Pero luego se supo también que había una motivación política. La mujer, que fue condenada por ello, era suegra de un concejal de CiU de Sant Cugat. Desde luego, el yerno no tenía la culpa de nada.
Lo que más me sorprendió del caso fueron las crónicas de algunos digitales indepes: parecía que Pere Navarro se lo había inventado todo o incluso que se había agredido a sí mismo. Cosa realmente difícil.
En un pueblo maduro, culto y avanzado como el catalán estas cosas no podían pasar. Pues pasó.
Calculo -a ojo de bueno cubero- que en la actualidad hay un 10 o 15% de indepes que odian con todas sus fuerzas a un porcentaje similar de unionistas. Y al revés.
Volveré a preguntarlo: ¿Qué pasará si se encuentran un día unos y otros en un callejón? Da miedo sólo de pensarlo.
Sobre todo si prendre la mecha.
Miren les voy a poner un ejemplo, que es la foto que ilustra este artículo.
La última vez que me escapé a Irlanda intenté visitar el Michael Collins Centre, un museo sobre la figura del conocido líder independentista (1890-1922).
Ya saben, aquel que se enrolla con Julia Roberts en la película del mismo nombre.
No es fácil llegar -necesariamente en coche- porque está situado en una zona rural. Cerca de la ciudad de Clonakilty. En el sur del país.
Además, tuve mala suerte porque estaba cerrado por una filmación.
Me vieron tan desesperado que, muy amablemente, me dejaron echar un vistazo rápido. Sólo había una pareja de Australia y yo.
En un rincón descubrí una foto escalofriante, la que ilustra este artículo.
En 1922, Rory O'Connor fue el padrino de bodas de Kevin O'Higgins.
Ambos patriotas irlandeses. Habían combatido juntos contra los ingleses.
Apenas un año despúes, O'Higgins dio el enterado a la ejecución de su mejor amigo en la guerra civil que siguió a la independencia. Por supuesto, se justificó, la hizo por Irlanda.
Si no quieren ir tan lejos la foto también la encontrarán en el Museu Nacional de Irlanda, precisamente en las Collins Barracks de Dublín.
En el pabellón dedicado al Asgard, uno de los barcos con que los alemanes intentaron introducir armas en la isla.
Pone los pelos de punta. Incluso a mí.