Una de las peores consecuencias del proceso ha sido la fragmentación del mapa político.
CiU ya no existe. Convergencia, tampoco. Unió ha desaparecido sumida en un mar de deudas.
La antigua CDC se ha fragmentado en JxCat, PDECAT, PNC, Lliures, Convergents.
Unió en Units y Demòcrates.
La verdad es que ahora todos intentan arrimarse al PSC, a Junts, al PDECAT o se han quedado finalmente colgados.
Para este viaje no se precisaban alforjas. Han hecho el negocio de las cabras.
Pero hay una cosa todavía peor: la ruptura del mapa ideológico.
Hay una parte muy del electorado que se ha quedado huérfana. Sin siglas algunas que les representen.
Es muy triste, en efecto, que la única alternativa al proceso sea un nuevo tripartito ERC-PSC-Comunes.
En los países normales se alternan derecha e izquierda: convervadores y laboristas, demócrata cristianos y socialdemócratas. Con los liberales haciendo con frecuencia de partido bisagra.
Aquí, no. Aquí siempre mandan los mismos.
Catalunya es un país curioso en el que todo el mundo dice ser de izquierdas -basta con ver los sondeos del CEO- pero Pujol gobernó ininterrumpidamente durante 23 años. Tres legislaturas consecutivas con mayoría absoluta.
Por eso hay que empezar a reivindicar -y a reconstruir- este espacio ideológico.
Y hacerlo sin miedo y sin complejos.
En realidad, es tan legítimo ser de derechas como ser de izquierdas. Merkel no anda por el mundo pidiendo perdón y es uno de los políticos europeos mejor valorados.
La trampa es que aquí la izquierda siempre ha asociado la derecha a Franco. Con eso tenían medio trabajo hecho.
Tampoco lo entiendo porque en Alemania e Italia gobernaron demócratacristianos tras la II Guerra Mundial y nadie los vinculaba al nazismo o al fascismo.
De hecho -ya me perdonarán- yo asocio los catalanes más a valores de derecha que de izquierda: la iniciativa privada, la emprendeduría, la cultura del esfuerzo, el levantar la persiana cada día, el trabajo duro. El senyor Esteve y la casa i l’hortet, en definitiva.
Al menos hasta ahora porque el proceso también ha mandado todo esto a hacer puñetas. Ahora hay codazos para hacerse funcionario.
La culpa es de Artur Mas y de Convergencia.
Ellos también ayudaron a romper el mapa ideológico.
CDC se fue abrazando de manera progresiva a la CUP.
Incluso físicamente: recuerden ese abrazo de Mas y David Fernández tras la consulta del 2014.
Desde luego fue un amor no correspondido. Al propio Mas lo enviaron a la papelera de la historia y a Turull no le votaron para presidente el día antes de que lo metieran en la cárcel.
Cornuts i pagar el beure.
Es proceso de cuperización era visible incluso al inicio de cada legislatura.
En la habitual foto que se hacen los grupos parlamentarios en la escalera del Parlament empezaron a desaparecer las corbatas.
A mí me recordaban aquellos señores maduritos que se van con la secretaria e intentan aparentar treinta años menos.
Y desde luego ha ido a más.
Hay iniciativas de Damià Calvet (Territori) en materia de vivienda que parecen hechas para satisfacer a la CUP, no a su electorado tradicional.
Y todavía recuerdo cuando los antisistema dejaban verde a su colega Jordi Puigneró (Polítiques Digitals) en las redes sociales.
Todo por instinto de supervivencia.
Pero no hay nada peor en política que traicionar a tu propio electorado por una silla.
Ya ven como ha acabado, por ejemplo, su colega Miquel Buch (Interior). Ni siquiera va en las listas.
Dentro de unos años nadie se acordará de ellos. Quizá incluso menos.
Por eso, repitan conmigo: "Soy de derechas, soy de derechas". Y no pasa nada.
Pero, sobre todo, salgan del armario. Díganlo con orgullo.
Los que han hundido Catalunya no la van a levantar ahora.
Tendremos que hacerlo los de siempre: los que pagamos impuestos, tenemos hipoteca, no okupamos casa alguna y ni siquiera estamos enchufados en la Generalitat.