Voy a hacer una predicción.
Esto acabará como el rosario de la Aurora.
Y ojalá me equivoque.
A favor del error en el pronóstico hay el hecho de que nunca he acertado, a pesar de las apariencias, quiniela futbolística o periodística alguna.
Cuando era un joven becario de La Vanguardia en Estrasburgo entrevisté al ministro de Exteriores argentino, Dante Caputo.
Argentina acaba de salir de la dictadura y habían elegido a Raúl Alfonsín como presidente.
Lo tenía todo para encarar un futuro de paz y prosperidad.
Incluso para convertirse, en mi opinión, en una sólida potencia regional.
En fin, no hace falta que les cuente cómo ha acabado Argentina.
Ahora, en la Dinamarca del Sur, vamos por el mismo camino. Las espadas vuelven a estar en alto.
Como dijo el comisario de los Mossos Joan Carles Molinero sobre el 1-O en su declaración el 4 de abril del 2019 durante el juicio del proceso: “era evidente que el clima de tensión entre ambos bandos llevaba a una situación crítica” (1).
Y para citar a otro mando, en este caso el teniente coronel de la Guardia Civil Daniel Baena, probablemente en las antípodas profesionales e incluso ideológicas del anterior: “aquello era literalmente un polvorín” (2).
Pues bien, pasados cuatro años y celebradas dos elecciones sucesivas estamos sentados en el mismo polvorín aunque probablemente no somos conscientes de ello.
Y si no que se lo pregunten al agente de la Guardia Urbana que estaba dentro de un furgón al que este sábado le pegaron fuego con líquido inflamable en plenas Ramblas. Me recordó los años de oro de la kale borroka.
Pero si el proceso acaba como el rosario de la Aurora no tengo ninguna duda de que las mismas dirigentes que iban a manifestaciones en Bruselas con chaquetas de mil euros.
O no consideraban violencia quemar un contenedor empezaron a exclamar, con el acento pijo que les caracteriza: ¡Cómo se pasan! ¡Que somos de los vuetros! ¡No hay derecho! Entonces todos serán lloros.
Y pedirán al Estado que intervenga para evitar males mayores.
Como siempre ha hecho la burguesía catalana.
Ya ocurrió con el golpe de estado de Primo de Rivera (1923). El nuevo dictador fue despedido como un héroe en la Estación de Francia antes de emprender viaje a Madrid.
O, al inicio de la Guerra Civil, que se pasaron en masa al bando insurrecto o incluso lo financiaron.
Que conste que tampoco los culpo: en los años 20 Barcelona era conocida con el sobrenombre de “la ciudad que matan por las calles”. Que lo dice todo.
Y, en 1936, eras de un bando o eras de otro. A los del medio los fusilaban o los paseaban por Collserola y luego los incineraban discretamente en la cementera de Montcada.
Lo he dicho siempre: el proceso se acabará cuando empiecen a quemar contenedores debajo de la casa de Laura Borràs o corten, en plena temporada turística, la carretera de Cadaqués como hacen con la Meridiana.
Entonces, hasta Pilar Rahola apelará al orden.
Pero entonces, esto sí que es una predicción, será demasiado tarde.
(1) Las citas son del libro de Iñigo Sáenz de Ugarte: "El juicio". Roca Editorial, Barcelona 2019. Versión kindle.