Al final de la fase secesionista del procés se ha combatido relativamente bien la mitología y la demagogia de los dirigentes e ideólogos independentistas.
Relativamente porque no basta con desmontar mitos y falacias del independentismo, hay que aportar positividad. Se echa en falta tanto recordar lo que España ya significa para los catalanes -es la aportación estructural- como lo que queda por añadir -es la aportación complementaria-.
Por ser ciudadanos españoles -los catalanes lo somos plenamente sin la estupidez del país veí y el infantil DNI y passaport català, esos cartoncitos que Carles Puigdemont llevaba en el bolsillo cuando viajaba- tenemos la ciudadanía europea y disfrutamos de las ventajas y los beneficios de la pertenencia de España a la Unión Europea y, en materia de seguridad, a la OTAN.
Llevamos el euro en el monedero y tenemos la bandera de Europa como propia, el mercado común comunitario es nuestro marco comercial y financiero, podemos circular por toda Europa sin visado, participamos del prestigio internacional de la UE y durante la grave crisis de la pandemia hemos tenido la protección de la UE, renovada ahora por las consecuencias de la guerra de Putin.
Los independentistas ocultan de mala fe que “salir” de España comportaría la salida automática de la UE con la pérdida del euro, la bandera, el mercado común, la libre circulación y la protección de Europa y de la OTAN.
España es un país de “presencia global” en el mundo y de reconocimiento y representación diplomática universal. Cuenta con 215 embajadas y consulados de carrera en el exterior y en España hay 126 embajadas residentes, 153 consulados de carrera y más de 600 honorarios. Servicio diplomático y consular a disposición de los catalanes por ser españoles.
La nacionalidad española, identificada en el exterior por el pasaporte español, abre las puertas del mundo entero y allá donde no hubiere un consulado español podemos dirigirnos en caso de necesidad extrema al consulado que exista de otro Estado de la UE.
No todas las nacionalidades gozan de semejante cobertura. Y los nacionales de países no reconocidos y no representados carecen de ella. Véase el caso de Kosovo y considérese el de una hipotética República Catalana.
El engarce de Cataluña y el resto de España es total: lazos de sangre, historia compartida -incluso la trágica de las guerras civiles forja unión-, un idioma en común compartido por 500 millones de hablantes nativos -ese rechazo de la lengua española es puro nihilismo-, el mercado interior español, la cotitularidad de la inmensa riqueza patrimonial, artística y cultural española -el museo del Prado (una de las más importantes pinacotecas del mundo) también es nuestro museo-, el amparo de un Estado fuerte, la participación en la “marca España”, etc.
El independentismo ha enturbiado tenazmente la relación de Cataluña con el resto de España. El pilar de su estrategia es fomentar el odio integral hacia España para justificar la necesidad de la separación. Ha desorbitado los problemas relacionales de periferia y centro.
Cada región europea tiene sus reivindicaciones respecto al “centro”. Y en España con un centro absorbente y extractivo como pocos más todavía. Pero esa dialéctica periferia -centro puede incluso ser constructiva enfocada con competitividad leal desde ambas posiciones.
Cataluña tiene reivindicaciones legítimas y atenderlas dentro del marco constitucional es una reclamación que concita un amplio consenso entre catalanes, incluyendo a independentistas sobrevenidos (la inmensa mayoría).
Manel Pérez, director adjunto de La Vanguardia, en el esclarecedor análisis “La burguesía catalana” (Península 2022) identifica las reivindicaciones y apunta una “tercera vía”: reconocimiento constitucional de la singularidad de Cataluña, mejora de las relaciones fiscales con el Estado, aumento de las inversiones públicas en infraestructuras, plenas competencias en lengua y cultura para la Generalitat. (A lo que habría que añadir la exigencia de mutua lealtad institucional y el respeto de los derechos lingüísticos de minoría y mayoría).
Podría ser una base de negociación, el complemento de la aportación de España a Cataluña. Lo demuestra el hecho de que los dirigentes independentistas la rechazan de plano. Si prosperara esa negociación, ellos quedarían amortizados. Por eso, es lo que conviene a Cataluña y a España entera.
A la resolución de las reivindicaciones materiales habría que añadir la recomposición sentimental de las relaciones, tan necesario como lo otro
Resultaría muy efectivo por afectivo oír procedentes de España, aunque fueran manifestaciones testimoniales: “Catalans, us estimem i us necessitem” y a la inversa “Españoles, los catalanes somos compatriotas leales”.
También habrá que hablar de lo mucho que Cataluña ha aportado a España.