En la primera comparecencia de Miquel Iceta en el Congreso -el pasado día 18-, la diputada de ERC Carolina Tellechea miró la chuleta y le espetó:
“Como demócrata, supuestamente, ¿no se le cae la cara de vergüenza no haber ido a visitar a los políticos presos?. ¿Les podrá mirar a los ojos cuando salgan?”
Estoy un poco harto de la superioridad moral del proceso.
Un poco, no. Mucho.
Se creen los buenos de la película.
No han hecho nada malo.
Ni siquiera los han metido en la cárcel los jueces por unos delitos concretos sino los socialistas o el Gobierno o el Espíritu Santo.
Habría que repasar lo que hicieron.
Porque todavía tuvieron una suerte relativa de ser condenados sólo por sedición y malversación.
Al fin y al cabo cometiron media docena de acciones simultáneamente:
- Declararon la independencia (técnicamente era una secesión de una parte del territorio del Estado)
- Proclamaron la república
- Abolieron la monarquía
- Derogaron la Constitución
- Derogaron también el Estatut (el penúltimo en hacerlo fue Franco en 1938)
- Se pasaron por el forro las cinco notificaciones del TC.
Y quizá todavía me dejo alguno.
Sin olvidar otros como hacer caso omiso del Consejo de Garantías Estatutarias -un órgano de la propia Generalitat- o de los letrados del Parlament porque no son delito.
El encaje penal del proceso -y la dificultad de la sentencia- estriba en el hecho que a nadie se le ocurrió pensar que cargos electos con sueldos superiores a 100.000 euros, secretaria, escolta y coche oficial pudieran montar una revolución como la que montaron aunque fuera de ocho segundos.
Si en el Código Penal estuviese tipificado todo lo que hicieron les caen cien años y no para los doce procesados sino para cada uno de ellos. Al menos los que tuvieron mayor responsabilidad en los hechos.
Y no quiero ni pensar como actuaría la justicia americana o alemana si a alguien se la ocurriera proclamar por la independencia de Texas o de Baviera siguiendo el modelo catalán. No se les ha ocurrido ni a los escoceses.
Lo bueno es que, además, van pidiendo la autodeterminación y la amnistía. Las dos cosas al mismo tiempo.
Nada de indultos.
Un indulto -una medida de gracia individual- sería tanto reconocer su culpabilidad.
Ellos, insisto, no han hecho nada malo. Son presos políticos, dicen.
Es matar también dos pájaros de un tiro: en el caso de amnistía podrían incluir a los huidos como Puigdemont, Comín o Lluís Puig que, dicho sea de paso, también van de héroes.
Además de los de la Mesa del Parlament, el todavía consejero Bernat Solé, los alcaldes del 1-O y los altos cargos investigados.
En definitiva, los 2.850 represaliados aunque en el debate frustrado de investidura del pasado viernes ya subían la cifra hasta tres mil.
A pesar de todo estoy a favor de resolver el lío catalán. Incluso de los indultos -indultos, nada de amnistía- pero con condiciones.
Primero que dejen de dar la tabarra, que hagan autocrítica, que no vayan de superhéroes. El “ho tornarem a fer” por supuesto no ayuda. O sea que ellos mismos.
En caso de ser indultados -el delito de inhabilitación lo mantendría-, yo de ellos me quedaría en casa avergonzado del daño que han hecho a los catalanes y a Catalunya.